«A esta y a otras desgracias recientes se debían las lágrimas de aquella Nochebuena. La cena terminó, los comensales se despidieron y, sola en su apartamento, Conchita Piquer no lograba conciliar el sueño recordando con nostalgia su tierra. Cogió la novela La barraca, que le acababan de regalar y seguía envuelta en un papel dorado con muchas estrellitas y rabos de cometa, y la abrió sin sospechar que el libro estaba lleno de pasiones de la huerta donde ella se había criado de niña. El castellano le resultaba un misterio insondable. Solo hablaba un inglés rudimentario con una mezcla del valenciano que había absorbido en la calle del barrio de Sagunto de Valencia, puesto que había ido a una escuela a cargo de unas monjas que le enseñaron únicamente a coser y a rezar».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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