por una paz perenne (no sólo duradera),
que dure,
lo que dure el hombre en esta tierra!
«La gente realiza las últimas compras para la comida de Nochebuena. Manadas de inquietos pavos llegan, como todos los años, a las plazas de los pueblos. Los niños y los mozos cantan aguinaldos con peroles, cántaros, zambombas y botellas de anís. Al pie de los guardias de circulación crecen dádivas de los automovilistas: embutidos, botellas, tabletas de turrón, latas de conserva, paquetes de mantecados o de alfajores.
Teófilo y Visitación hacen horas extras atendiendo los pedidos de sus mejores clientes y reponiendo género en los estantes de la tienda, especialmente el anís y los mantecados, la sidra El Gaitero y el salchichón. Como es Navidad se vende mucho el chocolate soluble. Hay dos marcas que se hacen la competencia en el mercado: el Cola-Cao y el Caobania.
—Alguno de los dos se quedará con el mercado —señala Teófilo a Visi, porque mercado para los dos no hay. Esto solamente lo pueden comprar los ricos».
De la alpargata al Seiscientos
Juan Eslava Galán
«—Se nota que va subiendo el nivel de vida de los españoles —comenta el médico de guardia en la casa de socorro.
—¿En qué se nota? —pregunta la enfermera.
—Hemos tenido el doble de ingresos por corte accidental con cuchillo jamonero que el año pasado.
—Es que a la gente que en su vida ha comido jamón le ha dado por comprar una paletilla por Navidad y como no saben cortar…
—Eso va a ser».
De la alpargata al Seiscientos
Juan Eslava Galán
«Navidad. La fiesta de la paz. Guirnaldas de bombillas en las calles principales de las capitales. Belenes parroquiales. Puestos de zambombas. Villancicos. El basurero, el cartero, la junta parroquial y las hermanitas de la Caridad van de puerta en puerta entregando su felicitación y recibiendo el aguinaldo.
Las familias se reencuentran. Hermanos, cuñados, cuñadas, yernos, nueras y demás familia se reúnen en el hogar familiar para la cena de Nochebuena. Alegría navideña no exenta de tristeza al evocar a los que faltan. Añoranza de tiempos pasados. Recuerdos de tiempos más difíciles quizá, pero entrañables. Frecuentes libaciones. Brindis. Desinhibición etílica. Remembranza de añejos resquemores. Reyertas. Las familias se desencuentran… calor de hogar».
De la alpargata al Seiscientos
Juan Eslava Galán
«Eran verdad las dos cosas. Que no lo había conocido (porque no me imaginaba que también él fuera a estar allí aquella tarde, y menos vestido con aquel traje oscuro), y que me gustaba mucho que me llevara a pescar en el pueblo. Me dejaba cuidando la cesta de las anguilas, para que no se abriera y se escaparan, y yo, sin que él se diera cuenta, levantaba con cuidado la tapa y metía la mano y tocaba aquellos cuerpos fríos y resbaladizos. Me daba miedo tocarlos, y asco, pero no podía evitarlo. Los tocaba. Algo parecido a lo que me pasó años más tarde con los filetes sangrantes de París».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
«Me cogió la barbilla entre los dedos pulgar e índice de su mano, y me obligó a levantar la cabeza, aunque yo no quería, porque tenía miedo de que, si me hacía mirarlo a la cara, fuera a echarme a llorar. «¿Qué pasa, que aquí en Valencia ya no conoces a los del pueblo?», me dijo, pero no estaba de mal humor, porque lo dijo riéndose. "Anda, dame un beso. Pues bien que te gusta venir conmigo a pescar"».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
«Uno no sabía nunca muy bien por dónde salían las personas mayores. De repente te decían que ya estaba bien de reírse, cuando eran ellas las que habían empezado, o te hacían salir del agua precipitadamente después de que te habían llevado a la playa y habían estado diciéndote y diciéndose todo el rato lo mucho que te gustaba bañarte y que disfrutabas una barbaridad metido en el agua».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
«Así que dije: «Qué bien huelen», refiriéndome a las violetas, que no me habían olido nada más que a Floid. Mi tío y su mujer ya habían estado peleándose, cuando ella dijo que había comprado las flores en la plaza del Caudillo, porque, según él, aquella plaza en su casa seguía llamándose plaza Castelar, por mucho que Franco se empeñara en lo contrario, y así se llamaría toda la vida mientras él tuviera autoridad dentro de su casa. Ella se puso de morros, y gimió: "No empecemos, tengamos la fiesta en paz". Bueno, pues mi tío, después de discutir con su mujer, se desprendió del ojal el imperdible con el ramito, y lo tendió, con un gesto como de cantante de ópera, y yo alargué la mano pensando que me lo daba a mí, pero él se echó a reír, y dijo: "Las flores son para tu madre, hombre"».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes