«Eran verdad las dos cosas. Que no lo había conocido (porque no me imaginaba que también él fuera a estar allí aquella tarde, y menos vestido con aquel traje oscuro), y que me gustaba mucho que me llevara a pescar en el pueblo. Me dejaba cuidando la cesta de las anguilas, para que no se abriera y se escaparan, y yo, sin que él se diera cuenta, levantaba con cuidado la tapa y metía la mano y tocaba aquellos cuerpos fríos y resbaladizos. Me daba miedo tocarlos, y asco, pero no podía evitarlo. Los tocaba. Algo parecido a lo que me pasó años más tarde con los filetes sangrantes de París».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
La Albufera
La pesca de la anguila
Todocolección
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