«Tras dos semanas de calles cortadas, verbenas hasta la madrugada, 
pasacalles, paellas en plazas y descampados, petardos que suenan a todas
 horas, papeleras quemadas, contenedores carbonizados, toneladas de 
flores en la plaza de la Virgen y alcohol por garrafas, la ciudad estaba
 exhausta, harta de tanta juerga, pero aún encaraba con ganas las horas 
finales de la fiesta. Así es el día de San José. Entre el gentío que 
abarrotaba la plaza mayor de la ciudad se mezclaban los olores de 
perfume, sudor, cerveza derramada y tabaco con la atmósfera aceitosa de 
los miles de puestos de buñuelos y churros que habían crecido en todas 
las esquinas. Los balcones que ofrecían vistas de privilegio al 
espectáculo estaban ya llenos, mientras que los vendedores ilegales de 
latas, patatas fritas, así como los repartidores de folletos y los 
carteristas, culebreaban por los senderos invisibles que se abrían y 
cerraban a su paso entre la muchedumbre».
El silencio del pantano
Juanjo Braulio
 La ofrenda
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