i, perquè tinga perfumat dosser,
la garlanda de flors, que al vent tremola,
estén sobre el brocal un gesmiler;
i per la franca porta, mai tancada,
a dins penetren, en la dolça onada
de l’aire i de la llum».
«En la partida que ara·s nomena Plaja de la Malvarrosa, per les plantacions d’esta odorífera planta, que féu un agricultor francés, tenien mos pares una alqueria y un hort, y allí solíem passar la temporada d’estiu. El molí y la ermiteta de Vera encara existixen; lo que no sé jo és si la memòria que guarde d’ells, poetisada per la imaginació y per lo transcurs del temps, serà prou exacta.
En la Plaja de la Malvarrosa té ara casa el afamat escriptor y home polítich Vicent Blasco Ibáñez. En ella passa llargues temporades y allí escriu ses noveles tan anomenades».
Teodor Llorente
«A la salida del cine nos acercamos tu hermana y yo al quiosco del parque. Yo, con la intención de cambiar una de aquellas novelas de amor que me gustaban, y tu hermana, porque quería que le comprase un recortable que le había prometido».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Esos días, ella se preparaba un puchero aparte, con una pechuga de gallina o un muslo, y verdura. Ya había perdido la costumbre de ayudarme en la cocina y ahora sólo esos días se acercaba para prepararse su comida especial. Tu hermana comía garbanzos con un poco de grasa de cerdo, o patatas, y miraba de reojo hacia las verduras y el pollo de los recién casados.
Sólo si la carne aparecía en la olla común comían con nosotros, pero entonces ella se volvía interesadamente servicial. Secuestraba la cazuela en la cocina y la ponía a su lado, sin dejarla llegar al centro de la mesa. Cogía el cazo y se encargaba de apartar las raciones, con lo que lo mejor se iba siempre a su plato y al de tu tío, que comía sin levantar la cabeza, avergonzado. Más adelante, empezaron a buscar excusas para comer en horas distintas a las nuestras. Cuando iban a Misent, se comportaban igual».
La buena letra
Rafael Chirbes
«En la modesta despensa que teníamos empezaron a faltar la harina, el arroz, el aceite y el azúcar. Yo notaba las mermas en todo, pero prefería callarme, no decir nada, porque me imaginaba que ella les llevaba a sus familiares cuanto nos quitaba a nosotros. Por aquellos tiempos, comprendíamos esas cosas. En la capital era difícil conseguir casi nada, como no fuera a costa de mucho dinero. Y nadie teníamos dinero. Sin embargo, yo pensaba que lo normal hubiera sido decírnoslo tranquilamente en vez de tener que robarnos a escondidas. Me callaba, porque no quería que se enfrentasen tu padre y tu tío, a pesar de que sabía que ese enfrentamiento tenía que llegar».
La buena letra
Rafael Chirbes
«La primera vez que vino al pueblo fue en vísperas de Pascua. La trajo una muchacha de aquí, de nuestra calle, que trabajaba como planchadora en una casa aristocrática de Valencia, unos marqueses o algo así. Venía impresionante. Aquí, de no ser en las películas, jamás habíamos visto a una mujer que vistiese con tanta afectación. Por no faltarle, ni siquiera le faltaba el gorrito: uno de esos gorros que tanto nos hacían reír a tu hermana y a mí cuando los veíamos en el cine. Seria, distante, venía con un objetivo. Aunque de eso nos enteramos más tarde».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Cierta tarde, de vuelta de casa de tu abuela, al pasar ante la ventana del salón de una casa elegante, escuchamos el sonido de un piano y nos quedamos un rato allí, quietas y pegadas a la reja. A los pocos días, tu hermana volvió de la escuela muy excitada. Me dijo que se había asomado al interior de aquella casa y que el piano tenía la tapa levantada y que por dentro era como fichas de dominó puestas en fila.
Desde esa tarde, me la encontraba con frecuencia en algún rincón de la casa, sentada en el suelo, ordenando en una caja las fichas del dominó de tu padre y tarareando canciones que se inventaba».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Ahora, las películas ya eran habladas y el piano permanecía silencioso al pie de la pantalla, sin que nadie se ocupase de hacerlo sonar. Yo le hablaba a tu hermana de los tiempos de antes de la guerra y del sonido de eso que a ella le parecía un mueble, un armario o algo así, y que nunca había tenido ocasión de escuchar».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Los domingos por la mañana traía churros y, al mediodía, yo les apartaba una patatita del cocido y se la tomaban como aperitivo, con el vino, ante la puerta trasera de la casa, donde en invierno daba el sol. Oían la radio y, después de comer, se iban al fútbol».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Volvíamos los cuellos de las camisas, o los cambiábamos, zurcíamos los codos con cuidado para que no se notasen los arreglos y, al lavar, mimábamos la ropa, frotándola apenas, para no desgastarla».
La buena letra
Rafael Chirbes
«No te voy a decir que de repente se acabaran las dificultades, ni mucho menos. Había que hacer colas para conseguir cualquier cosa, pero tu padre se las ingeniaba para traernos aceite, harina (por fin teníamos, a veces, harina blanca) y arroz, que llegaban de estraperlo al muelle de la estación. Con el tiempo, cuando os he visto discutir a tu hermana y a ti por estupideces, he pensado que entonces nosotros llegamos a ser bastante felices sin poseer casi nada».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Permanecía encerrado en su cuarto casi todo el tiempo, como si no consiguiera acostumbrarse a los espacios abiertos. Tu padre, cuando volvía del trabajo, procuraba llevárselo al bar, o a casa de Paco para jugar unas partidas de dominó. A veces salía al campo y regresaba con pedazos de madera que tallaba cuidadosamente a lo largo de días enteros. A tu hermana le fabricó un diminuto juego de café en madera y luego lo pintó y parecía que fuese porcelana china. También le hizo un comedor de casa de muñecas. Había aprendido a tallar en las interminables veladas de la cárcel y pronto empezó a buscarse algún dinero por ese medio».
La buena letra
Rafael Chirbes
«Fue un día luminoso. Tu tío Antonio había recuperado la elegancia y la palidez no le sentaba mal. Tu padre y él salieron antes de comer a tomarse el vermut y volvieron achispados y contentos. Parecía que ya nada podría hacernos daño; que habíamos perdido cuanto teníamos que perder y estábamos de nuevo destinados a la felicidad. Aunque la desgracia siguiera arrastrándose a nuestro alrededor, no iba a tocarnos con sus manos. La guerra había terminado».
La buena letra
Rafael Chirbes