mece un balandro
que su padre pescador
le ha tallado
en las noches desnudas
con las manos huesudas
y su sempiterno silencio.
«A la barra llegaban algunas chicas con el bañador mojado, los pies con arena pegada y pedían patatas fritas y vermut con aceitunas rellenas. Bajo este cañizo que daba una sombra violácea en medio de una luz muy cruel no estaba ella y el panadero se fue a buscarla por toda la playa. Era una chica escandinava bellísima, la primera turista que había recalado en este lugar. Tenía el pelo de maíz híbrido y llevaba un bañador de flores que le marcaba el sexo en forma de queso».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Y por todas partes sonaba la banda de música dentro del olor a pólvora bajo un sol de harina. Clavariesas perfumadas con mantilla, medalla y brillo de sudor y de alhajas, labradores con el pescuezo encorbatado y un cirio en una mano habían acompañado a San Roque en procesión de noche a casa del primer clavario donde quedó instalado en un dosel abigarrado de purpurinas, velas encendidas y flores de papel».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«De la playa regresaban las primeras vespas y lambretas llevando en el transportín sentadas de lado con las piernas muy pegadas dentro de unas faldas de tubo a las novias encendidas y llenas de sal; también se veían en los semáforos algunas motos con sidecar ocupado por señoras de funcionario con el pelo muy cardado y cubiertas de alhajas. Dentro de la ciudad el taxi se detuvo ante un paso a nivel».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«—Primero iremos al Rosales y después a casa la Pilar —dijo Bola sin dejar de chupar el habano—. En el cabaret yo invito a champán porque soy el padrino, pero las putas corren por cuenta de cada uno.
—¿Qué cobran en casa la Pilar? —preguntó uno de los neófitos.
—Veintitrés pesetas media hora —contestó nuestro mamporrero—. Hay dos putas nuevas que valen treinta y cinco. Charo y Alicia. Acaban de llegar del Maestrazgo. Si está Merche, ¿oyes, Manuel?, si está Merche la Culo de Hierro, que es murciana, no dudes un segundo en cogerla. Le pediré que te haga un buen trabajo. Para ella será un honor desvirgarte.
—Deja que lo piense —murmuré muy azorado.
—No hay nada que pensar —exclamó el padrino Bola—. He pagado el viaje a condición de que te portes como un hombre. Tómate dos copas de coñac en el bar Paquito antes de entrar en combate como si fueras un legionario».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Y en el chiringuito de Manolo ya no estaba aquella extranjera tomando el vermut. Sonaba en un gramófono una canción de Machín, mira que eres linda, qué preciosa eres, verdad que en mi vida no he visto muñeca más linda que tú. En el taxi pensaba en aquella extranjera y en otras chicas recién salidas del mar que llegaban a la sombra de aquel cañizo con el pubis empapado en medio de la luz que ofuscaba la arena. Las puntas de su pelo desprendían agujas de agua que se deslizaban por los hombros abrasados hasta hundirse en los senos».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«La pasión que sentía por el equipo del Valencia aquellos años de la adolescencia era muy intensa y a partir de aquel partido de copa la derrota de mi equipo iría unida a mi pecado. Puchades, el medio centro, era mi héroe. Aquella tarde había caído vilmente a los pies de Zarra cuando éste iniciaba la jugada del gol de la victoria y ése era el preciso momento en que yo había caído también en la tentación».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Aquel acontecimiento era más extraordinario que la nieve. Era tanto como si se hundiera Valencia, o como si se borrase del mapa: bueno, unos meses más tarde estuvo a punto de desaparecer del mapa la ciudad, por culpa de una inundación, y las palabras de los locutores de la radio y las imágenes del Nodo contando aquellas jornadas me parecieron, desde el cuarto de La Coruña en que mi madre cosía (acabábamos de trasladarnos allí), nuevos datos que confirmaban que en aquella ciudad seguía desarrollándose alguna clase de guerra. La guerra, para mí, tenía que ver con el sufrimiento y la irregularidad: eso es lo que me habían transmitido mis familiares».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
«Pensaba en el lunar que Marilyn Monroe tenía junto a la comisura de su boca entreabierta; y en los muslos de Silvana Mangano en la película Arroz amargo; y en la lágrima que le cruzaba los labios a María Rosa Salgado en Balarrasa; y en la faldilla de Jane, la novia de Tarzán; y en Elisabeth Taylor cuando tentaba a Montgomery Clift en la sala de billar de Un lugar en el sol».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Muy cerca del cine Suizo, en la plaza del Caudillo, la pastelería Rívoli también exhibía la figura de Franco confeccionada a base de almendras garrapiñadas.
La Rosa de Jericó, en la calle de la Paz, había montado un motivo patriótico con un arreglo de trufas típicas de la casa y en Noel se podía ver un gran retrato del Vigía de Occidente que hacía sonreír el bigotito entre las columnas de Hércules en chocolate con un letrero de merengue que decía: Plus Ultra.
Pero ese día lo más dulce de Valencia era el sol de otoño».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Mientras el locutor llenaba de azúcar las ondas del espacio yo iba con la maleta en la mano por la calle Pascual y Genís, y allí había una pastelería llamada Nestares que tenía en el escaparate la imagen de Franco fabricada con frutas confitadas, cerezas, higos, orejones, albaricoques, melocotones, junto al escudo de España y la bandera nacional hecha con pasteles y repostería fina».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«En cambio a la esposa del Caudillo en el ayuntamiento le acababan de regalar un mantón de Manila lleno de golosinas y alhajas selectas en un acto oficial que estaba retransmitiendo con voz muy redonda el locutor de Radio Alerta: en este momento el excelentísimo señor alcalde en el salón de columnas hace ofrenda a la doña Carmen de un riquísimo mantón de Manila bordado a mano que rebosa de todo lo más dulce que se fabrica en la hermosa ciudad de Valencia, queridos radioyentes, con todo el surtido de turrones los valencianos ofrendamos a la señora también nuestro corazón agradecido».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Era un 9 de octubre, festividad de San Donís, patrón de los pasteleros. Ese día se celebraba en Valencia la tradición de la mocadorada: los enamorados se obsequiaban con un pañuelo repleto de dulces, frutos secos y peladillas. Los novios ricos solían anudar el pañuelo con una pulsera o una sortija de valor pero ese día en que llegué a Valencia yo no tenía a nadie a quien dar un caramelo».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Yo la conocía por el sonido de sus sandalias en la acera, pero no la miraba hasta que había cruzado y entonces ella sabía que yo la estaba sorbiendo por la espalda mientras se alejaba hacia la fuente. Aquel mismo verano, pocos días antes de que Vicentico Bola me llevara a la ciudad a que me desvirgaran, yo estaba tocando al piano aquella melodía: siempre está en mi corazón el hechizo de tu amor, y por fin la niña se acercó hasta quedarse plantada junto al taburete de terciopelo, sentí su aliento en la nuca y sin decirme nada pasó una hoja de la partitura cuando le hice un gesto con la cabeza. Luego se alejó. Yo también pensaba en Marisa dentro del taxi de Agapito camino del matadero».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Ella se sentaba en uno de aquellos sillones blancos junto a su madre que hacía calceta y yo la observaba. Al finalizar la temporada de baños, antes de que llegaran las tormentas de septiembre, su familia regresaba a Valencia y de aquella niña Marisa de catorce años recordaba hasta el año siguiente sus ojos verdes, unos hoyuelos carnosos que se le formaban en el codo cuando extendía el brazo y las pecas en las mejillas que el sol de agosto intensificaba cada día volviéndolas más cobrizas. Nunca habíamos cruzado entre los dos una palabra todavía, sino tan sólo miradas llenas de rubor, sostenidas hasta que uno de los dos apartaba los ojos. Otras veces Marisa pasaba por delante de casa y era un verano en que yo leía el Fausto de Goethe en el balcón balanceándome en la mecedora con la brisa del corredor que levantaba las páginas del libro y traía un olor a pimiento asado de la cocina».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Al balneario acababa de llegar la niña rubia de otros veranos con su trenza maciza de oro quemado que en mi corazón adolescente había suplantado el amor a la Virgen. En las vacaciones yo aprendía a tocar el piano en un salón del balneario de Galofre cuyo pavimento era de grandes baldosas blancas y negras siempre relucientes y allí había sillones de mimbre blanco y grandes ventanales, cortinajes de terciopelo rojo con borlas y puertas de cristal helado con siluetas de ninfas y flores. Yo tocaba al piano partituras del método Czerny y a veces también tocaba el vals de las olas y otras melodías, sobre todo una que decía: siempre está en mi corazón el hechizo de tu amor».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Pero había llegado el momento de ser un hombre y dentro del taxi de Agapito los debutantes ahora íbamos cantando el baión de la película Ana, ya viene el negro zumbón bailando alegre el baión, mientras la humanidad de nuestro mamporrero, que ocupaba ella sola cuatro plazas, nos aplastaba contra las felpas mugrientas del coche bajo la nube de un Montecristo trincado entre sus dedos anillados. Bueno, los demás cantaban y yo callaba».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«Aquella tarde de verano Bola me llevó a que conociera por primera vez las delicias del amor. No iba solo. Otros tres neófitos también vírgenes me acompañaban, y sin duda yo era el más puro. Aunque me habían expulsado los curas donde hice los primeros cursos de humanidades y acababa de graduarme de Bachiller en el instituto Ribalta aún estaban frescas las rosas que había llevado el mes de mayo a la Virgen cantando venid y vamos todos con flores a María, con flores a porfía, que Madre nuestra es, de modo que yo era todavía un lirio del valle, un adolescente levítico y acostarme con una puta me parecía tan violento como operarme de apendicitis».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
https://violenciagenero.igualdad.gob.es/otrasformas/trata/sensibilizacion/campanas/23septiembre/
«Querida Julia:
Te escribo ahora, mientras duermes, por si mañana ya no fuera yo el que amanece a tu lado.
En estos viajes de ida y vuelta cada vez paso más tiempo al otro lado y en uno de ellos, ¿quién sabe?, temo que ya no habrá regreso.
Por si mañana ya no soy capaz de entender esto que me ocurre. Por si mañana ya no puedo decirte cómo admiro y valoro tu entereza, este empeño tuyo por estar a mi lado, tratando de hacerme feliz a pesar de todo, como siempre.
Por si mañana ya no fuera consciente de lo que haces. Cuando colocas papelitos en cada puerta para que no confunda la cocina con el baño; cuando consigues que acabemos riéndonos después de ponerme los zapatos sin calcetines; cuando te empeñas en mantener viva la conversación aunque yo me pierda en cada frase; cuando te acercas disimuladamente y me susurras al oído el nombre de uno de nuestros nietos; cuando respondes con ternura a estos arranques míos de ira que me asaltan, como si algo en mi interior se rebelase contra este destino que me atrapa.
Por esas y por tantas cosas. Por si mañana no recuerdo tu nombre, o el mío.
Por si mañana ya no pudiera darte las gracias. Por si mañana, Julia, no fuera capaz de decirte, aunque sea una última vez, que te quiero.
Tuyo siempre.
T.A.M.R.»
Por si mañana
Jesús Espada
https://www.ceafa.es/es/que-hacemos/dia-mundial-del-alzheimer/dia-mundial-del-alzheimer-2025
«Yo era todavía un adolescente muy puro cuando Vicentico Bola me llevó a la capital a que me desvirgaran. Mi padrino se llamaba Bola porque pesaba ciento treinta kilos en canal. De niño lo alimentaron con polvos pinos y además su familia tenía una tienda de ultramarinos, de cuyo dintel colgaban dos piñas de plátanos. Siempre que Bola entraba o salía de su establecimiento, al pasar por debajo, levantaba ambos brazos a la vez y de forma automática sin mirar agarraba dos plátanos y se los zampaba. Pero este gordinflón debía toda su fama a que era el rey del cabaret».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
«L’estiu és per a la gent que disposa de llocs d’oci alternatius i ell era un modest perdiguer que, en temporades com ara, li anava just arribar als darrers dies del mes. Sovint pensava en la necessitat de canviar d’ofici. El problema és que no sabia fer una altra cosa que ensumar, per guanyar-se el jornal, la vida dels altres. De vegades tenia la sensació d’ésser un carronyer, un voltor a l’aguait de les febleses humanes, pendent amb freqüència que sonara el telèfon i algú li encarregara una feina, ni que fóra buscar un gos de raça senyorial».
Semental, estimat Butxana
Ferran Torrent
«Era potser el diumenge més xafogós de l’estiu. Feia una calor humida, enganxosa fins a l’extrem que no hi havia un lloc al pis on arrecerar-se d’aquella humitat que a València deixa d’ésser relativa per convertir-se en un malson tangible».
Semental, estimat Butxana
Ferran Torrent