«Pasados los Reyes yo volvía a Valencia. Allí me encontraba de nuevo con el olor a café torrefacto de algunas calles, las campanas de los tranvías y la humedad de la residencia, las carteleras de los cines, los muslos gigantes de las vedettes en los teatros de revista, Gracia Imperio, Carmen de Lirio, Virginia de Matos y también los billares Colón y la puerta trasera del Ruzafa, junto al bar La Nueva Torera, por donde entraban y salían las coristas».
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