miércoles, 20 de diciembre de 2017

Y no han cavado un foso con cocodrilos porque no se les ha ocurrido

«Desde fuera, la casa del Marqués no permitía adivinar lo que escondía dentro. Parecía una edificación sin gracia suplicando clemencia mientras aguardaba el inevitable derribo. Sus muros desconchados, su planta cuadrada de una única altura, sus rejas oxidadas y su manifiesta decadencia engañaban al primer vistazo. 

En realidad la «choza» de Salvador Pérez Castillejo, alias el Marqués, se estructuraba como un fortín dotado de tres anillos de seguridad. Al franquear la entrada principal accedías a un pequeño patio y te topabas con una reja de hierro forjado. Cuando superabas esa aduana, pasabas a un angosto y corto pasillo de muros reforzados de cemento armado que te encauzaba hacia una puerta acorazada. Cuando la traspasabas, te encontrabas en un habitáculo minúsculo no apto para claustrofóbicos con una recia puerta de madera. «Y no han cavado un foso con cocodrilos porque no se les ha ocurrido», pensó Frigorías admirando el dispositivo. 

Sólo en la entrada principal te recibía un guarda, que avisaba de tu llegada gracias a un walkie-talkie de juguete que las radios policiales no podían rastrear dada su tecnología rudimentaria y su alcance de apenas veinticinco metros. Las demás puertas se abrían automáticamente desde el núcleo interior porque te videovigilaban. En la última, la que daba acceso al sanctasanctórum del Marqués, además te controlaban un rato largo o corto, según, para asegurarse de que ninguna sorpresa fuera a turbar la paz interior».

Sesenta kilos

Ramón Palomar


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