«Finalmente el dueño de una pequeña tienda de comestibles anquilosada en el tiempo le proporcionó el soplo sobre el piso de Charli. De una patada derribó la puerta. Abrió cajones, revolvió la cama, destripó el único armario. Con un resultado desolador: ni fotos ni papeles personales, nada que le facilitase nombres, lugares donde empezar a buscar. Cero. Recordó lo de cinturón negro de kárate y logró dar con el gimnasio en el que había entrenado».
Sesenta kilos
Ramón Palomar
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