«El lunes por la mañana ocurrió algo que volvió a sucederme, con terribles consecuencias, en los años siguientes, aunque cuando ocurrió yo no me di cuenta de su importancia. Me encontraba en la plaza central, o, por lo menos, en una de las plazas centrales, donde estaban limpiando el pavimento de las cenizas de los incendios de la noche del sábado, cuando en uno de los edificios del Gobierno vi salir una especie de procesión que se dirigía hacia mí. Se componía de muchos hombres vestidos con trajes oscuros y elegantes, entre los que había tres o cuatro de chaqué. En el centro de la primera fila había un individuo de aspecto de lo más corriente, que andaría por los cincuenta años, con rostro anodino, ligeramente rollizo y de maneras algo torpes. Recuerdo perfectamente que me dio la impresión de ser un hombre de buena, pero endeble voluntad, y alguien a mi lado murmuró que era el presidente de la República española. Era Niceto Alcalá Zamora, hombre silencioso, designado jefe del Gobierno español al marcharse del país el rey Alfonso XIII el año anterior, evitando así el tener que abdicar. En aquel hombre sencillo y torpón tenía yo ante mis ojos a la alternativa republicana a la dinastía borbónica, y la verdad es que no me impresionó».
Iberia
James A. Michener
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