«Había sido una extraña forma de conectar con aquella mujer. Por primera vez me sentía relajado en el ambiente turbio que había en aquel altillo de mármol. Por otra parte la chica no parecía querer otra cosa que charlar un poco conmigo. Según me dijo yo le recordaba a un amigo que había muerto en accidente de coche y al verme subir por la escalera le había dado un vuelco el corazón. Su amigo también tenía mi mismo nombre, los ojos claros, la forma de la boca, la manera de andar. Todo era idéntico, decía ella.
—Estoy sentada aquí todas las tardes —añadió.
—¿Te dedicas a eso, …como las otras que hay aquí? —le pregunté balbuciendo.
—Bueno, sí.
—Claro —murmuré.
—Estoy todas las tardes sentada esperando que vuelva del otro mundo. Mientras tanto me gano la vida. Ahora ya sabes que todas las tardes de seis a nueve estoy aquí. ¿Por qué no vienes a verme?».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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