«Eran ya las tardes almibaradas, los crepúsculos llenos de murciélagos, las noches con el flexo abierto sobre los apuntes de Derecho, la tentación de la piscina de Las Arenas en la playa, las excursiones al monte Garbí con las universitarias de Acción Católica que llevaban muslitos de pollo envueltos en papel de plata y faldas de flores y sus pantorrillas arañadas por las aliagas y el espliego. Yo no creía en Dios, pero lo necesitaba todavía. Desde la terraza de la residencia, próximo ya el verano, durante los exámenes se veían fuegos artificiales de noche en los pueblos de la huerta. Sonaban los grillos. Tumbados boca arriba cantábamos a dúo: sola, sola se queda Fonseca y también soto il ponte, soto il ponte di Rialto y yo tocaba con la armónica otras canciones de enamorados que me inflamaban los labios y el corazón bajo las estrellas empastadas».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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