«Mi primera obligación es respirar, llamar a cada cosa por su nombre sin juzgar nada y ser feliz, pensaba yo mientras subía una y otra vez al trampolín de Las Arenas. Tal vez el trayecto del tranvía de la Malvarrosa era el camino de Marisa, pero allí en la piscina había algo más que la inocencia de los cuerpos. De noche todo el sol acumulado en estos primeros días de verano me ponía en carne viva y yo tenía que embadurnarme en aceite para poder conciliar el sueño. Dormía con un tema de derecho penal en el subsconsciente, con el sonido de las canciones de acordeón que salían de los merenderos, con las invisibles muchachas que miraban hacia otra parte cuando yo saltaba del trampolín. También tenía en el fondo del cerebro la omnipotencia del capitán general de Valencia que transgredía todos los límites de la dicha sin conocer la culpa».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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