«Esta persecución comenzó a convertirse en una tortura. Arsenio no sólo me vigilaba. Hacía algo peor: rezaba por mí, se ponía un cilicio, se azotaba, efectuaba cualquier clase de penitencia para conducirme por el buen camino. Saber que había un escayolista en Valencia dispuesto a dar su vida por mi salvación me llenaba de angustia. En cuanto yo faltaba una vez a la reunión en seguida se producía la llamada telefónica, incluso a altas horas de la noche, para preguntarme escuetamente si estaba en gracia de Dios y su voz sonaba patética al otro lado del hilo. Aun sin verlo sentía su presencia en todas partes, por lo visto él conocía todos mis caminos y un día en el bar Los Canarios el dueño me dijo que un señor había caído por allí preguntando por mí y otro día era el bedel Cuevas en la facultad el que me lo decía. Todos describían a un tipo con las orejas muy separadas y los ojos de fresa, algo dislocados».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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