«Esta última primavera todavía vi cruzar a Marisa en el tranvía 8 por la Alameda; y también viajaba al final de mayo de nuevo en el tranvía de la Malvarrosa con un sombrerito de paja y una cinta roja junto a la ventanilla. Ya no la vería más. Julieta estaba en Valencia estudiando Bellas Artes y yo la llevaba a Chacalay a bailar. Había allí una pista diminuta y una orquestina tocaba come prima, io sono il vento, volare y otras canciones para sudar el amor en la penumbra, tocaba desde una gran hornacina sobre el temblor de las parejas. Hasta ese momento yo había tenido en el cerebro un Dios que había usado como trono el ceño adusto de mi padre y su dedo implacable para señalarme el buen camino o fulminarme. Ahora Dios lentamente se iba convirtiendo en el instante de los sentidos y en ese preciso momento eran Dios las volutas del cigarrillo Pall Mall teniendo a Julieta a mi lado y el batería, el saxo, el trompeta y el vocalista de Chacalay cantando tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se acercaron tanto así, que yo guardo tu sabor, pero tú llevas también sabor a mí. Con el tiempo aquella sala se convertiría en un tablao flamenco y después en un bar de niñas, pero ahora Chacalay era Delfos iniciático para los señoritos de Valencia y allí por veinte duros podía mirarme en el fondo del primer gin tonic que era el estanque de Narciso».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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