«—No es eso lo peor —prosigue el padre Centelles—. Algunas se dejan acariciar impúdicamente por sus acompañantes con el pretexto de que les extiendan la crema solar por la espalda y los…, los…, bueno, los muslos.
—Digamos ancas —corrige nuevamente don Diego—. Le recuerdo, padre, que hace años acordamos que esa palabra, «muslos», quedaba circunscrita a los de pollo, del mismo modo que tetas solo era permisible en un contexto vacuno o cáprido.
—Supongo que los que dan crema serán los novios o los maridos —interviene Lupión.
—¡Da igual! —exclama el sacerdote—. Realizar esos actos en público, sobre ser pecado grave de lujuria, participa también en el de escándalo. Porque conste que lo hacen sin recato ninguno, en medio de la playa, delante de inocentes niños incluso.
—¡Qué salacidad! —comenta Zulueta.
—Luego pasa lo que pasa —dice don Diego—. La policía dice que han aumentado los forzamientos sexuales. ¡Cómo no van a aumentar, si es que esas descocadas van provocando!».
La década que nos dejó sin aliento
Juan Eslava Galán
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