«Era costumbre, vender la leche a domicilio, una guapa, limpia y bien dispuesta muchacha, distribuía la leche con su cántara apoyada en su cadera y sus cacillos de medidas.
También pasaban los cabreros, que te servían la leche calentita, recién ordeñada, y se anunciaban tocando un cencerro».
Vivencias de juventud
Francisco Marcos Hernández
Cabras pastando en el Puerto
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