«Ese miércoles estaba a punto. Había escogido el momento tras estudiar a conciencia el trayecto. Justo en el cruce de la avenida del Cid que desembocaba en la calle del Dos de Mayo había un semáforo. Pasadas las 21.30, rara vez un peatón deambulaba por allí.
La calle era estrecha, poco transitada. Predominaba en las edificaciones el modelo de un bajo y una vivienda en la planta superior. Arquitectura sublime de horror periférico que confunde la miseria con el minimalismo. A esas horas los pocos vecinos que allí moraban cenaban con el hocico frente al televisor de anestesia reparadora. Si tenía suerte y el semáforo emitía su destello rojo, Gus le embestiría por detrás. Si estaba en verde también aceleraría para embestirle; sería un inconveniente, pero lo haría».
La gallera
Ramón Palomar
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