«Allí estaba yo con mi madre y mis hermanas, y la gente al verme formó un remolino a mi alrededor y yo no sabía si me aplaudían a mí o al escritor. La multitud llevó el féretro a hombros por toda la avenida del puerto, por el puente de Aragón cruzando toda Valencia hasta la Lonja con todas las autoridades rindiéndole honores. Allí se estableció la capilla ardiente. Recordé ante su cadáver que había prometido ser mi padrino aquellos días de Nueva York, su visita al teatro de Broadway, la conversación en aquel garito de licores prohibidos donde el escritor, con una ostra en la mano, me juró que un día sería tan famosa como la Virgen de los Desamparados. Ahora ya me sé de memoria párrafos enteros de las novelas Cañas y barro, La barraca y Arroz y tartana».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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