«A las tres de la tarde entró
doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo
cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada,
con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
Tras ella, formando una pareja
silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y
afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como
embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones
dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y
guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de
la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con
los del campo.»
Arroz y tartana
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