«En una de las naves de esa enorme catedral ferroviaria había un mercado italiano de frutas y verduras, algunas muy exóticas, y sobre ellas se esparcía también, como un barniz celestial, la música navideña. La joven se entretuvo contemplando aquellos productos. Entre todas las hortalizas, le llamó la atención la que se exhibía en un serón de palma con una etiqueta en la que se podía leer sun-dried tomatoes, tomates secados al sol, que semejaban antiguas monedas de cobre romanas. Se llevó una sorpresa: era así como los preparaban en casa, y decidió comprar medio kilo para la cena.
—Estos tomates secos hay que ponerlos en remojo varias horas y servirlos empapados en aceite de oliva italiano —le aconsejó el dependiente.
—Sí, señor. Como hacía mi abuela Marianeta en el pueblo de Benicalap cuando yo era niña —respondió ella con un inglés abrupto».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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