«Mientras el champán llenaba sus copas y disfrutaban de las ostras entre resoplidos de placer, Conchita Piquer le contaba al escritor famoso historias de su familia. Le contaba que su padre era un albañil que se rizaba el bigote en la peluquería cada sábado y una cirrosis se lo llevó muy joven al otro mundo. Mucho anís por la mañana, mucha cazalla por la noche y, claro, estiró la pata. La niña lo adoraba. En una ocasión construyó un gallinero en el corral de la casa de Benicalap y, una vez terminado, no pudo salir del gallinero porque se había olvidado de hacer la puerta. Su madre, Ramona, era modista de barrio. Iba con delantal negro y unas tijeras colgando, como la abuela Marianeta, que fue pantalonera y comadrona y llevaba un moño de valenciana traspasado con grandes agujas. Entonces la calle Ruaya del barrio de Sagunto era un rabo de la ciudad en la huerta, donde se alternaban los últimos escaparates y campos de cebollas, rieles de tranvía y maizales, y se veía a algún municipal con gorra de plato rodeado de lechugas».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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