mece un balandro
que su padre pescador
le ha tallado
en las noches desnudas
con las manos huesudas
y su sempiterno silencio.
Nacido junto al mar,
al crecer emigró
a una ciudad
alejada de la playa
donde alimentaba
cenas frías en veranos calurosos
con el recuerdo
de los juegos de la infancia.
Una mañana de junio
regresó al mar
para el funeral
del padre pescador.
En la cabaña del pobre hombre
-los pescadores no son nunca ricos hacendados-
descubrió
entre los aparejos y redes de pesca
el balandro intacto,
sin polvo y con olor de pintura fresca.
Estuvo toda la mañana
en la playa
con el traje de luto empapado
llorando
por él y por su padre,
hasta que la voz enérgica de la hermana mayor
reclamó su presencia
para no sé que papeles de la herencia.
Ella se lo quedó todo menos el balandro».
Golondrinas suicidas
Javier Solé
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