«Desde el tocador del hotel Palace oía el rumor de la fiesta que discurría bajo la cúpula de vitrales del salón principal, y allí rodeado de amigos permanecía el maestro Penella, echando el tronco hacia atrás con cada carcajada. La Piquer salió del aseo con los ojos enceguecidos. ¿Cómo era posible que la hubiera engañado y que ella no se hubiese dado cuenta después de tantos años? De pronto en su imaginación comenzaron a encajar ciertas piezas a las que ella en su momento no había dado importancia, algunas ausencias extrañas, aquella carta que le envió a Penella desde Chile una desconocida, su silencio embarazoso cuando alguien le preguntaba por la familia. ¿Cómo había sido tan ingenua siendo tan espabilada, teniendo como tenía un olfato tan fino? La última cumbre borrascosa acababa de empezar. Conchita salió del cuarto de baño, cruzó la fiesta apartando con las caderas a cuantos se oponían a su paso, se acercó al corro de amigos, se plantó ante Penella, volcó sin querer la bandeja de un camarero, y el ruido de cristales rotos de copas y botellas en el suelo coincidió con las dos sonoras bofetadas que bajo el esplendor de la cúpula y sin avisar le arreó en toda la cara a su amante.
—Esta para que aprendas a no mentir, y esta otra de despedida —le gritó».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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