«Buscaba a tu hermana y la acercaba a mí. Cada vez que empezaban los bombardeos se estaban quietas las ratas que corrían en el cañizo. Desde que tu padre se había ido, el desván se había llenado de ratas. Yo tenía miedo de que bajasen y mordiesen a la niña. Tenía miedo también por mí, y vergüenza del miedo. Tu padre siempre se burló de ese miedo mío. En cierta ocasión, cuando tú apenas caminabas, te compró un ratoncito que llevaba un carrete y corría por debajo de las sillas cuando le soltabas el hilo. Tú venías a la cocina y echabas a correr el ratón y gritabas con tu media lengua «una data», «una data», y te reías muy excitado. A veces, cuando yo estaba cosiendo, me ponías la cabecita del ratón en la cara, y decías, «uuuhh», y a mí me daba asco, porque le veía las orejas de goma y esa piel que me recordaba la piel de rata de verdad».
La buena letra
Rafael Chirbes
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