Su alquería, así se llamaban las casas de esa calle, se adaptaba al plano general: un cuerpo delantero, con frontera a la calle, un corralito con unas macetas y otro cuerpo de edificio cara al mar.
Se reunían por las mañanas en el corral, a la sombra de una higuera, a tomar chocolate e higos, D. Matías, Camilleri y otros famosos humoristas de aquel tiempo.
Cada día ideaban alguna broma, siempre ingeniosa y aguda.
Para muestra basta un botón.
Pasaba todas las mañanas, por la puerta de la alquería, una huertana de la Malvarrosa camino del mercado, llevando pollos a la venta.
Conjuráronse los contertulios un día y, en cada esquina destacados, le hicieron idéntica pregunta:
- ¿Cuánto quiere por esos conejos?
A las primeras preguntas respondió malhumorada:
- ¡Qué cosas tienen estos señoritos!
Pero la reiteración de la pregunta llegó a obsesionarla de tal modo, que al reiterarle D. Matías, el último de la estratégica conjura, la desconcertante pregunta, exclamó congojosa:
- ¡Cuando salí de casa sé cierto que eran pollos; ahora no sé ya si son conejos o pollos!»
El matrimonio (fragmento)
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