sábado, 27 de enero de 2018

La gente se confundía con el mundo de los gitanos

«La gente se confundía con el mundo de los gitanos, pensó Salvador. Tan sólo atisbaba la superficie de un inframundo plagado de leyes más o menos folclóricas, con el dichoso pañuelo rojo ratificando la virginidad en los esponsales, las mujeres zapateando chisposas ante las llamas rojas y sinuosas de una fogata, los maridos vendiendo bragas y fajas de color carne en los mercadillos callejeros, y las hijas y las mujeres comerciando con naranjas robadas que ofrecían en la parte trasera de los mercados. El personal creía en los carromatos de color llamativo o en los coches asmáticos cargados de quincalla, porque nadie rascaba para ir más allá atravesando fronteras incómodas. 

La apariencia externa de la masa gitanil correspondía a los estereotipos de marginados urbanos. Pero los gitanos traficantes habían progresado y, usando las mismas redes de parentescos infinitos junto a una violencia contundente, rápida y efectiva, atesoraban dinerales, gastaban grifería de oro macizo en los cuartos de baño y contaban el dinero a peso. Por eso, si la choza repleta de trampas y dispositivos de seguridad engañaba a cualquiera a simple vista, otro tanto sucedía con el carácter de Yeyo y Arturito. Parecían dos gitanos obtusos, de luces cortas y entendimiento limitado. Dos trozos de carne con las neuronas justas para pasar el día. 

Nada más alejado de la realidad».

Sesenta kilos

Ramón Palomar


Gitanos en Valencia

Estampa. 17 de julio de 1928

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