«La sensación diurna era más luminosa, casi menestral. Atravesó el mercado, admirando como si fueran esculturas contemporáneas las bien dispuestas frutas y verduras. Bordeó la imponente lonja tardogótica. Estuvo a punto de comprarse una camisa habanera en la plaza Redonda. Y fumando un caliqueño, esos purillos artesanos de tabaco muy compacto que parecen trompetas, admiró los escaparates chic de dos hermosas calles modernistas: San Vicente y Las Barcas».
La cruz de los ángeles
Antonio Lázaro
La Plaza Redonda
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