«Escogió Valencia para su siguiente parada porque anhelaba el azul del mar y las temperaturas californianas. Subió al tren con bastante pasta y sus habituales cuatro trapos preguntándose si el maquinista también la seduciría… y si ella se dejaría seducir para usarlo como trampolín. Decidió que no, porque descender del avión al tren equivalía a retroceder y ella sólo podía, de nuevo libre, iniciar la escalada. En cualquier caso, todavía no era consciente de su potencial de hembra capaz de matar al hombre más granítico del universo con una simple caída de párpados, con un seco crujido de cadera, con un golpe de melena o con un resto de humedad sobre sus gruesos labios de golosina fresca».
Sesenta kilos
Ramón Palomar
Niños en la playa. 1904
Joaquín Sorolla y Bastida
Óleo. 55 x 96,5
Colección privada
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