«También sobrevivían las manzanas de casitas de un piso que habían pertenecido a empleados del puerto y a familias de pescadores. En una de ellas había veraneado la familia de Bruno cuatro o cinco años seguidos. Aún recordaba las sardinas de la bahía —¡las mejores del mundo!— que pescaba el vecino de la casa inmediata. La mujer y los hijos las vendían después en la lonja, pero a ellos les reservaban por encargo un par de kilos de aquellos peces deliciosos, que su madre asaba con sal marina y que engullían voraces después del baño».
La cruz de los ángeles
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