«La universidad es un vivero de neorrojos. En todas las facultades (exceptuando, quizá, la de Navarra) existen clandestinas células marxistas, chicos y chicas de buena familia, recién escapados de la tutela del director espiritual, que cambian cristianismo por maoísmo y juegan a preparar la revolución y hacen ejercicios espirituales con meditación sobre las profundas pamplinas y perogrulladas del Libro rojo del Gran Timonel.
La rebeldía de la universidad empezó, hace años, por pequeñas exigencias democráticas: elección libre de delegados de curso sin interferencias del podrido SEU (Sindicato Español Universitario, de inspiración falangista), eliminación de materia en los parciales y no examinar todo de golpe a final de curso, como si fuéramos alumnos libres. Minucias así. El rector, que suele ser persona de orden, se resiste, lo que suministra a los jóvenes militantes de izquierdas una razón para organizarle una huelga, manifestarse ante el rectorado, corear consignas revolucionarias, empapelarle las facultades con cartelones y pancartas (todavía no se ha divulgado el uso del spray), y tapizarle los suelos con octavillas reivindicativas».
La década que nos dejó sin aliento
Juan Eslava Galán
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