«—Emilio, no te imaginas la angustia y las noches en vela que he pasado antes de decidirme a dar este paso.
Una pausa. El ojo clínico del doctor Pérez-Horcher deduce que se trata de un aborto. Nada grave, lo de todos los días. Se da hasta en las esferas más elevadas del régimen.
—Sosiégate, Herminia. —El doctor le da un golpecito en la mano —. Me consta que eres mujer de firmes convicciones y que jamás harías nada a la ligera.
—Es que nuestro caso, el de Clarita, quiero decir, es especial porque mi niña, tú la conoces, que la llevas viendo en el club de tenis desde que le salieron los dientes. Clarita no es de esas promiscuas desvergonzadas que andan con unos y con otros y luego quieren sacudirse su responsabilidad de encima.
Clarita, maxifalda, melena rubia recogida en cola de caballo, pone cara de no haber roto un plato en su vida, se ruboriza ligeramente y no aparta la mirada de la alfombra persa de triple nudo.
—Esta niña es una inocentona, sin malicia ninguna —prosigue la madre—. Tú sabes que la hemos educado cristianamente, siempre con las monjas…, bueno, ¿qué te voy a decir?, si hizo la primera comunión con la tuya. Pues ya ves…
El doctor Pérez-Horcher dirige una mirada paternal a Clarita, que sigue obsesionada con la alfombra. «Tarde o temprano tenía que ocurrir», piensa el doctor. La ha visto desmelenarse en las fiestas del club. Hace tiempo que la catalogó como putón desorejado».
La década que nos dejó sin aliento
Juan Eslava Galán
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