«A mucha de aquella gente ya no la vi nunca. A otra, volví a verla apenas media docena de veces. A la ciudad, regresé durante algunos días un par de veranos, pero cuando ya habían pasado bastantes años. Me pareció vieja y destartalada y creí que nunca la echaría de menos. Recuerdo el olor a albañal en las noches calurosas y, flotando en el aire, ese vaho de verduras podridas en maceración; recuerdo igualmente las casas en ruinas, las tapias amarillentas llenas de carteles que alguien se encargaba de pegar encima de otros carteles, y también aquellas misteriosas edificaciones sobre cuyas cegadas puertas aparecía escrita la palabra REFUGIO, y en cuyo interior habían tenido que meterse a dormir muchas noches las hermanas de mi abuela, porque –eso decían ellas a media voz– habían tenido la desgracia de pasarse la guerra en la capital, donde «no era como en vuestro pueblo, porque aquí no había nada para comer» (eso decían)».
El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
No hay comentarios:
Publicar un comentario