«En la trasera de esa funeraria funcionaba un bar clandestino de lujo, el Jack and Charlie, donde corrían ríos de alcohol de gran calidad y era posible toparse con algunas celebridades. Una orquesta tocaba piezas de Glenn Miller y había varias mesas de ruleta cuyos crupieres llevaban sombreros de copa con una gardenia en el ojal. Los caballeros se cubrían con los primeros sombreros de ala flexible y vestían pantalones de pliegues color manteca; las damas lucían un casquete en el pelo, faldas de talle bajo y collares superpuestos que les caían hasta la cintura. El escritor y la cantante se sentaron a una mesa en un rincón y pidieron una docena de ostras y una botella del champán más caro. Entre los clientes de aquel garito clandestino había caras que Blasco Ibáñez creía haber visto en algunas revistas literarias de París que llegaban hasta Menton, un pueblo de la Costa Azul donde vivía desterrado a cuerpo de rey. ¿Era Scott Fitzgerald aquel chico guapo que estaba sentado en el taburete de la barra? ¿No sería aquella chica Pola Negri, la artista de Hollywood, o aquella borracha la famosa periodista Dorothy Parker? Bajo una espesa humedad de alcohol prohibido, Conchita Piquer empezó a contarle a Blasco Ibáñez episodios de su vida que se mezclaban con el sonido de las plateadas trompetas del swing».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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