«Un día su madre recibió un telegrama: tenía que volver a España porque una de sus dos hijas pequeñas, Carmen o Anitín, había enfermado de tifus. Conchita Piquer se quedó sola en Nueva York, con dieciséis años.
Tenía un cuerpo espléndido que iba a ser ofrecido a los espectadores, de manera que el empresario del teatro le dijo que debía presentarse en el estudio del famoso fotógrafo mister Murray para una sesión de fotos publicitarias.
—¿Desnuda? —preguntó la Piquer.
—¿Algún inconveniente? —replicó el empresario.
—Ni el más mínimo.
La niña Piquer se llevó consigo un mantón de Manila y algunos atrezos de lencería de seda, ligueros y otros aditamentos del glamour. Era una chica desinhibida, con el descaro de una huertana ya sofisticada, así que cuando el fotógrafo le pidió que se desnudara, lo hizo con toda la naturalidad pero cubriendo sus partes íntimas solo con las manos, con una timidez e inseguridad en su justo grado. Lo de siempre. A ver, cúbrete con ese mantón, mira de frente, levanta la barbilla, así, muy bien y de repente saltaba un fogonazo de magnesio; a ver, ahora enseña las piernas y los pechos, mira a la cámara, así, muy bien, con un poco más de descaro, no abras tanto la boca, otro fogonazo de magnesio; joder, me molesta la sombra de tu nariz, a ver, mira hacia la derecha, un poco más, levanta la cara, otro fogonazo; esa nariz me mete una sombra que rompe la imagen, con lo guapa que eres, hay que joderse, esa nariz, a ver, túmbate en ese diván o mejor en la alfombra, sonríe, un poco más de picardía, quiero sacar la silueta de tu cuerpo, mírame, otro fogonazo, pero no acaba de gustarme, esa maldita nariz… Hasta que llegó un momento en que la niña Piquer se levantó, se puso en jarras con el mantón de Manila a los pies y le gritó al famoso fotógrafo Murray:
—Oiga, me pongo en porreta y usted no para de hablarme de mi nariz. ¿Qué pasa con mi nariz, eh? Aquí me tiene en pelota picada, que si se entera mi madre me mata, y resulta, joder, que a usted no le gusta mi nariz.
—Tranquila, tranquila —exclamó el fotógrafo.
—Venga, termine de una vez con mi nariz».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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