«Por la tarde fuimos a dar un paseo por la playa y luego a un merendero. En una mesa cercana a la que nosotros ocupábamos, un hombre tocaba el acordeón y tu tío le pidió que lo acompañase y cantó para nosotros tangos y romanzas. Tenía muy buena voz y a todos nos emocionaron las letras de aquellas viejas canciones que hablaban de cosas lejanas y, sin embargo, parecían hablar de nuestras propias vidas, de las ilusiones, del sufrimiento y de la alegría que empezábamos a recuperar, aun a costa del olvido de quienes se habían ido para siempre. «De ahora en adelante ya no se irá nadie más. Estaremos aquí, juntos, toda la vida», me repetía yo, como si el fin de la guerra nos hubiera curado de la enfermedad, de la desgracia y de la muerte».
La buena letra
Rafael Chirbes
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