«El tren que lleva al sacerdote a Valencia es un «Rápido» lentísimo, que se detiene en todas las estaciones y que a veces permanece durante horas varado en una vía muerta, hasta que pase otro preferente que llega en dirección contraria.(...)
Vendedores ambulantes que suben en una estación y que se bajan en la siguiente recorren el tren vendiendo dedales, agujas, encajes, navajas, queso, garbanzos tostados, cacahuetes, galletas, piedras de mechero y tabaco. Pasa un tuerto con chaqueta de pana y con unos gastados y mugrientos pantalones de torero. Se coloca en la plataforma, entre dos vagones, y emite su pregón, mirando unas veces a un vagón y otras al otro:
—¡Vamos señores y señoras, préstenme un poco de atención si son tan amables! Algunos de ustedes me habrán visto torear y se acordarán de mí: soy el Niño de Baracaldo, el que en la segunda corrida de las fiestas de San Isidro, hace cuatro años, sufrió una cogida y perdió el ojo. Con un ojo solo, no puedo torear; pero yo, aunque no tengo medios, no pido limosna por dignidad torera. Lo que voy a hacer es rifar entre ustedes este jamón y esta mantelería. A peseta el cartón, con veinte cartas. ¡Siempre toca!
El cartón es una sobada tablilla en la que se ha pegado un bloque de sellos, que representan naipes de la baraja española.
Cuando ha vendido todos los cartones, el torero tuerto vuelve a pasar por todos los vagones, mostrando en alto un mazo de naipes.
—¡Señores y señoras: vamos a proceder a la rifa! El que quiera presenciarla que se dirija al primer vagón. De todas formas, yo volveré a recoger los cartones y les diré el naipe afortunado
En el primer vagón, baraja los naipes concienzudamente y se los ofrece a un niño de siete años.
—A ver niño, una mano inocente que escoja un naipe de la baraja, sólo uno.
El niño saca el tres de oros.
—¡El tres de oros, señores! —dice el tuerto mostrando el naipe—. ¿Quién tiene el tres de oros? ¡El tres de oros! ¡El premio es para el tres de oros!
Recorre los vagones pregonando el premio y recogiendo las tablillas, hasta que una señora de cierta edad grita emocionada:
—¡Mío, mío, yo lo tengo!
El torero tuerto examina la tablilla de la señora.
—En efecto, enhorabuena señora: usted es la ganadora. ¿Quiere el jamón o la mantelería?
La señora titubea.
—¡Ay, deme usted la paletilla, buen hombre, que mantelerías tengo!
En la siguiente estación el tren se detiene, y la señora del jamón se apea, se mete en la cantina y se pide dos cafés.
El torero rifador se sienta a su lado. Mueve su café con la cucharilla y se lo bebe de un trago. Chasquea la lengua con satisfacción. Se cambia el parche al otro ojo.
—Date prisa con el café, madre —le dice a la señora—, que el tren de vuelta pasa dentro de cinco minutos. Tú te subes en el primer vagón y yo en el tercero.
Y se va con la paletilla al hombro.»
Los años del miedo
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