«Vivíamos en la calle Zurradores, en el número 18. Era una finca de tres plantas con estancias tapiadas que daba al callejón del Gigante. En el bajo estaba la panadería familiar. Obrador, horno moruno, mostrador. Cuando yo nací vivía con nosotros un perro llamado Satán, el pastor alemán más golfo que hubo en Valencia durante aquella época. Tenía el don de preñar a toda perra que se pusiera a tiro. También había ratas, ratas que parecían conejos. Se movían por las habitaciones superiores como si estuvieran en su casa. No había manera de acabar con ellas. Según mi abuela, tenían derechos adquiridos desde los tiempos de Jaume I. Me encaja. Por navidades nos mandaban una invitación para celebrarlas juntos. Subirse, decían, subirse, que tenemos juanolas y farlopa de la güena. ¿Farlopa en 1971? Sí, farlopa en 1971. Las muy ladinas se asomaban a la escalera a oscuras y mi padre bajaba dando palmas para ahuyentarlas. Bona nit, les decía cada madrugada. Bona nit, señor Rafel, contestaban con educación. Cuando años después leí 'El Flautista de Hammelin' no dejaba de pensar en mi padre el día en que decidió armarse de valor y llamar a Bartolo, el de la flauta. Jornada gloriosa aquella. Un coro de niños se arremolinó en la puerta del horno cantando el himno: Bartolo tenía una flauta con un agujero solo y a todos daba la lata con la flauta de Bartolo. Esa misma noche las ratas recogieron sus cosas y se marcharon a la finca de al lado, una que estaba peor que la nuestra, la primera que cayó durante las lluvias de 1974. Un poco de pena sí que me dio».
El marquesado de Zurradores
Rafa Lahuerta Yúfera
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