«La mañana se ha malogrado y se convence de que es inútil que siga mirando la pantalla del ordenador hasta que vuelva a oscurecerse para que se dé cuenta de que ha perdido otros quince minutos de su vida que jamás volverá a recuperar. Apaga la máquina y se dirige hacia la puerta a buscar la chaqueta de la moto y el casco. Se acercará al centro —a uno de esos grandes almacenes— para curiosear en la sección de libros y, después, se irá a Casa Montaña a comerse unas tapas y a tomarse un par de copas de buen vino».
El silencio del pantano
Casa Montaña
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