«He vuelto a Alzira
entre el trueno que retumba en mi oído
y la lluvia que azota mis hombros,
como un ave paralizada por las aguas
cuyos polluelos están en el nido, atormentados,
viendo cómo se derrumban los muros
bajo el peso continuo de las nubes.
El mar de la riada,
oleadas de barro;
el cielo, generoso en lágrimas;
los edificios, resquebrajados,
humillados como cautivos
ante el tirano.
Los edificios se venían abajo
inclinándose a tierra
como lo harían las comisiones
delante de los reyes.
Se diría que imitaban
a los fieles en oración».
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