«A tres o cuatro metros sobre el cauce, a la izquierda, se veían los restos de muros de viviendas y, más allá, ruinas de arcos y columnas.
—¿Y aquello, sargento? —le preguntó al suboficial al mando del puesto mientras señalaba los esqueletos de ladrillos y mortero.
—La presa vieja, mi brigada —contestó el agente—. Se la llevó el agua durante la riada del 57, creo.
Eso es lo que queda. En verano, los críos vienen aquí a lanzarse al agua desde ahí arriba y, de milagro, nunca ha pasado nada».
El silencio del pantano
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