«Al otro lado de casa, vivía la "tía Rocha", era una viuda con una hija de veinte años y un chico de unos quince o dieciséis años llamado "Salvaoret". Tenían un perro negro de orejas caídas, muy juguetón con los niños, se llamaba Nerón y era la mascota del barrio.
La tía Rocha era una señora muy temperamental, tenía mucho genio, pero también un gran corazón. Había un vecino con quien siempre se gastaban bromas, asomaba la cabeza por la siempre puerta abierta, al interior de la casa y le cantaba:
"¡Tía Rocha ! ¡Narangil, narangil!, y ella contestaba:
¡Tío Antonio ! ¡Servetinal, servetinal! merda p'al teu pardal".
A la tía Rocha la llamaban así por su pelo de color rojo panocha y sus pecas. Se ganaba la vida como vendedora ambulante de pescado, pues iba a la playa a comprar el pescado fresco y era corriente verla y oírla vocear su mercancía.
Los críos, con muy mala leche, la seguían y le cantaban :
"Mala puta pescaora, ma donat el peix pudent
si no en tornes la pesseta, cridaré al ajuntament"».
Vivencias de juventud
Francisco Marcos Hernández
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