«De vez en cuando, aparecía el "Perales" y pedía reunión o "asamblea", como el decía. Organizó en ese momento una buena pandilla. Seríamos unos treinta o cuarenta crios. Llevábamos como escudos las redondas tapas de bidones de Campsa, y con alambre a guisa de agarraderas. Armados con palos y cañas, haciendo el "cafre" nos dirigíamos a campo abierto en busca de rivales. Si había suerte y aparecían, "batalla" segura y si no, a esperar la próxima "asamblea".
Una vez el Perales se pasó de la raya y nos guio hasta una calle en la que estaba situado el nuevo y recién construido "Liceo Sorolla", y sin más miramientos, ordenó apedrear los ventanales. Una andanada y no quedó un cristal sano. Yo no se si llegué a arrojar alguna piedra, pero si quedé perplejo por la magnitud del hecho. Empezaron a salir estudiantes mayores con terribles intenciones, arrojé las "armas" y pies para que os quiero».
Vivencias de juventud
Francisco Marcos Hernández
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