«Cada vez los bombardeos eran más terribles, pues los aviones eran más modernos y de más envergadura, y también más numerosos; primero los "Saboia 81" italianos, más tarde los "Junkers" alemanes.
Cerca del cementerio montaron una batería antiaérea con sus proyectores. Cuando las piezas artilleras hacían fuego, sonaban de una forma acampanada o a mí me lo parecía. En los terrados de las casas más altas y más modernas, instalaron ametralladoras trazadoras, y comenzaron a construir refugios antiaéreos. Uno precisamente en una esquina del "campot", pegado al convento. No era un trabajo fácil, pues a escasos dos metros de profundidad, el agua brotaba a borbollones y las bombas trabajan día y noche. Si tenemos en cuenta que en aquel tiempo todo se hacía a pico y pala, trabajar en la extracción del barro en capazos de esparto, era muy penoso. El personal acababa reventado. Se trabajaba día y noche, era apremiante el acabarlos, pues se multiplicaban los "raids" aéreos y la guerra se estaba prolongando».
Vivencias de juventud
Francisco Marcos Hernández
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