sábado, 25 de mayo de 2024

En el cementerio de Benicalap estaba enterrado su hijo

«Conchita salió feliz de la panadería, aunque este primer viaje a Valencia le había traído también una profunda amargura. En el cementerio de Benicalap estaba enterrado su hijo, muerto antes de cumplir un año, fruto de un amor prohibido. No tenía tumba con su nombre. Allí en la tierra, entre varios geranios, la madre le indicó con el dedo el lugar donde aproximadamente el sepulturero había cavado un hoyo y le había hecho el favor de plantar como señal una pequeña cruz con dos raíces de ciprés, que había desaparecido con el viento o la lluvia. Las lágrimas le resbalaron a Conchita Piquer por debajo de las gafas de sol hasta humedecerle los labios. La culpa le seguía martilleando la conciencia. Se arrodilló y con el dedo en el polvo trazó una cruz y dijo: «Pascualet, hijo mío, te quiero, perdóname, nunca te olvidaré». A continuación, esa cruz la borró la brisa que venía del mar. No habían servido de nada los ensalmos que tuvo que hacer a instancias de aquel babalawo de La Habana».

Retrato de una mujer moderna

Manuel Vicent



Iglesia de san Roque. 1965

Archivo de Bernardo Bernardo Cano 



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