«Su dueño era Tonet, un pescador de jubilación eternamente prorrogada, surcado de arrugas y cicatrices, con una piel tan ajada por el sol y el salitre que más tenía que ver con el cuero. Nariz chata, ojos pequeños y achinados, y una barba incipiente, blanca y dura como el esparto, que no parecía ya poder dominar».
Nadie corre más que el plomo
Ignacio Marín
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Viejo pescador en una barca
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