«Gracias que no habían olvidado sus gafas de sol. Lluís sacó dos gorras y le pasó una a Pepe. Éste le dio un codazo señalándole el enorme reloj de la Plaza. Pensó en cómo se las iban a ingeniar para subir, ya que lucía en lo más alto, resguardado por una especie de cúpula de piedra. Sara se quedó petrificada admirando el ruedo. El inmaculado albero se mostraba liso y arenado para evitar tropezones y caídas de los diestros. A continuación, la barrera estaba casi vacía, sorteada por cuatro portones que daban a las puertas de los toriles o chiqueros, de las cuadrillas, de arrastre y la puerta grande. Las graderías tenían dos secciones: de sol y de sombra, divididas por filas, barrera, contrabarrera, tendido bajo, tendido alto y asientos. La primera balconada se denominaba grada, la segunda y más alta andanada. Distraída. Sara tropezó con un joven que estaba sentado.
—Perdón… —le dijo».
Las doce llaves
María Villamayor
Mundo Gráfico. 26 de marzo de 1919
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