«Al Semo se le había nublado el seso un día de primavera cuando los naranjos estaban en flor y olían las rosas en la veranda de la alquería. Iba con un mellado azadón al hombro y la chica estaba junto a la acequia. En la vieja cuestión que se llevaban entre ellos esta vez casi no mediaron palabras. El delito de sangre se realizó en un campo de berenjenas o de tomates o de patatas, eso no quedó claro en el sumario, pero es seguro que olía a azahar, las abejas libaban y las golondrinas ya habían llegado. Después de todo, la hija de los guardeses parecía una fruta y alrededor de ella también había cerezas, nísperos y albaricoques ya maduros. Vivía entre naranjos como una novia con el grado exacto de azúcar y aquel gañán de la finca colindante la tenía largamente observada. La había requerido sin éxito otras veces por medio de algunos gruñidos y el sujeto ya conocía de sobra los gestos de desprecio con que la chica solía obsequiarle, pero él la soñaba de noche desnuda volando por el cielo del desván en la casa de labranza donde dormía».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
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