«Al Semo lo sentaron en un taburete con el tronco bien erecto pegado al palo, pero antes de que el verdugo le pasara la argolla por el cuello, el condenado llamó al fraile capuchino en voz alta:
—¡Eh, tú, el de la barba!
—¿Es a mí? —preguntó el confesor desde una esquina del patio.
—Acércate.
—Dime, hijo. ¿Qué quieres?
—¿Seguro que no me has engañado?
—No, hijo mío. Pídele perdón a Dios.
—Júrame que en el cielo dan paella.
—La dan. Te lo juro.
—¿Todos los días?
—Sí, sí.
—¿Paella con pollastre y conejo?
—Con todo.
—Bueno, entonces ya pueden matarme.
—Ego te absolvo… —murmuró el capuchino.
—Pero una cosa te digo. Si me engañas me las vas a pagar —añadió el condenado un segundo antes de ser desnucado».
Tranvía a la Malvarrosa
Manuel Vicent
La paella
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