martes, 27 de agosto de 2024

Cañas y carrizos emergían de esa masa metálica

«Me subí a mi Seat 850 color crema y puse rumbo a Benissa. En Sedaví, cogí la N-332, la misma en la que Eugenio se había destrozado el brazo, pero, esta vez, en dirección a Alicante. A la altura de la Albufera miré a la izquierda. El cielo gris, encapotado, se reflejaba en la laguna, dándole un aspecto espeso, como si estuviera cubierta de mercurio. Cañas y carrizos emergían de esa masa metálica, como si fueran apéndices y filamentos de un enorme y mágico animal prehistórico. Por la ventanilla semiabierta se colaban un sinfín de aromas que no acertaba a adivinar, brisas con diferentes temperaturas y humedades».

Nadie corre más que el plomo

Ignacio Marín

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La Albufera

Todocolección

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