martes, 13 de agosto de 2024

El cielo, plomizo, se reflejaba en un mar que se agitaba nervioso

«El todoterreno comenzó a bascular al entrar en el poblado, dejando a su paso una estela de polvo arcilloso. Aparcó junto a otros dos vehículos idénticos y un Renault 8 negro que Eugenio dedujo que sería del juez, frente a la barraca que había conocido la tarde anterior.

Caminaron hacia el cuerpo que yacía, tapado por una sábana, a escasos metros de la orilla. La barca había sido encallada en la arena y, escorada a un lado, parecía apesadumbrada, dolida por la muerte de su patrón. Todo, de hecho, tenía un aspecto de luto por la desaparición del viejo pescador. El cielo, plomizo, se reflejaba en un mar que se agitaba nervioso, creando olas angulosas y reflejos nacarinos en toda su superficie. El blanco encalado de la barraca ya no fulguraba con el sol del Mediterráneo, parecía apagado, contagiado por esa atmósfera pesada. Algunos vecinos se arremolinaban tras los coches, entre curiosos y abatidos, con los gestos duros, tostados por el sol y por una vida de sacrificios».

Nadie corre más que el plomo

Ignacio Marín

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Dique Norte. El paretó

Cortesía de Juan Devis


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